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Por Ángela Castillo

11 de abril 2019

Por Ángela Castillo

La historia de cada disciplina puede ser contada de múltiples formas, según los elementos de los que se haga selección para construir el guión. La historia del arte (más aún del arte contemporáneo) se podría narrar recolectando los gestos mínimos que han generado grandes transformaciones en la lógica de producción de imágenes, discursos, poéticas. Un ejemplo: en Occidente, la tradición pictórica estuvo por siglos ceñida a representar los relatos del poder (o de cómo el poder deseaba verse a sí mismo); primero religioso, después monárquico y más adelante burgués. En cada escena, si había naturaleza, ésta se reducía a un mero fondo para una composición de la travesía de algún personaje bíblico, o al escenario de una gran batalla o de una tarde de caza junto a una cantidad absurda de perros beagle. El Paisaje, como género pictórico, como la representación de un lugar, se erige recién en el siglo XVII y basta con un pequeño gesto: omitir al hombre (y a los beagle) en la escena. El resto estuvo siempre ahí.

Estas imágenes corresponden a la primera representación realista de la Luna. Son acuarelas realizadas por Galileo Galilei a partir de la observación de los astros en 1609, desde su estudio, con su telescopio. Es sabido que gracias a aquellas observaciones se confirmaría la validez del modelo heliocéntrico copernicano -que a su vez tiene sus antecesores en Grecia- más lo interesante aquí es que la historia de la ciencia también puede ser trazada desde algunos gestos mínimos. En este caso, Galileo tomó un instrumento concebido para ‘acercar’ objetos en el plano terrestre -objetos entre los hombres- y lo orientó en un eje vertical, para ‘acercar’ el paisaje lunar. Simple e inteligente. Después el instrumento fue mejorado con su ingenio, agregados los ocho aumentos y se dice que uno de los tubos provenía de un órgano de Iglesia. Galileo era un científico militante y las historias sin rumores pierden sabor así que, si usted gusta, se puede imaginar que ese tubo fue robado furtivamente en mitad de la noche por una causa más grande y noble; o pensar en una metáfora del tipo ‘ese tubo de órgano permitiría a Galileo escuchar la música del Cosmos’. Cualquiera sea la preferencia, lo cierto es que la calidad económica en la mirada del científico permitió a la humanidad “perderse en el paisaje”*. Décadas más tarde, el telescopio permitiría que Robert Hooke realizara la primera representación de un área acotada de la superficie lunar y justamente ayer, 410 años después, la humanidad pudo ver por primera vez una imagen real de un agujero negro gracias a la delirante proeza de simular un solo ‘gran lente gigante’ a partir de la unión de múltiples telescopios, ubicados en distintos lugares de la Tierra. De economía nada, de poesía mucho.

La relación del sujeto y el paisaje como motivo pictórico tuvo un revival importante durante el siglo XIX, con el Romanticismo Alemán. Por supuesto, como todo retorno de la moda, siempre hay una vuelta más de tuerca y en este caso el poder está del otro lado: en la naturaleza y su grandeza; ya no hay afán de conquista y el intercambio con el territorio es otro. Ejemplo de esto es la obra ‘Monje a la orilla del mar’ o la emblemática ‘El caminante sobre el mar de nubes’, ambas de C. D. Friedrich. El hombre vuelve entrar a la escena, pero esta vez para recordar su real medida.

A. Castillo – Artista Visual.

*El curador cubano Gerardo Mosquera montó una exhibición el año 2014, titulada ‘Perdidos en el Paisaje’. A través de la obra de 60 artistas contemporáneos, la exposición aborda la problemática del paisaje hoy, desde dimensiones políticas, territoriales, ambientales, sociales, etc

 

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