12 de Abril de 2021
Por Dra. Ximena A. González Grandón
Parásitos o Simbiontes: La Condición Pandémica*
*Publicado en Gaceta Facultad de Medicina Memorias FacMed (UNAM, México)
En uno de los últimos viajes escolares conocí la relación íntima que se establece entre los pólipos, las algas zooxantelas y las bacterias que dan lugar al comunitario arrecife coralino veracruzano. Ese viaje no sólo lo recuerdo por tratarse de mi primera aproximación a la colectividad necesaria para la vida, sino porque su evocación se acompaña del primer registro de un sentimiento de incertidumbre prolongado. El día del regreso, que fue muy largo porque antes de llegar a la Ciudad de México visitaríamos una última zona arqueológica, se daban a conocer los resultados del examen de admisión a la universidad. Yo quería que fueran mis ojos los primeros en postrarse sobre la gaceta para buscar mi número, por lo que, de manera estoica y contundente, me rehusé a llamarle por teléfono a mis padres y darles mi número en la única oportunidad posible antes de salir del hotel, dado que el mundo no se encontraba tan eficientemente telecomunicado en ese entonces.
El resto de mis compañeros no hizo lo mismo. Y así sufrí, en silencio y escuchando las risas o llantos de mis amigos, hasta que el autobús entró al estacionamiento del colegio. Al mirar por la ventanilla vi a mis padres aguardando mi llegada, sólo ver su semblante supe que habían localizado mi número y que ellos ya sabían que me esperaban largos años de estudio y dedicación.
No recuerdo bien todas las cosas que pensé o sentí durante esa absurda espera, supongo que muchas de ellas se combatían entre futuros inciertos o éxitos universitarios, pero sí recuerdo bien el sentimiento de ansiedad, angustia y desasosiego que me invadía en oleadas y que se materializaba en agitaciones cardiacas o respiraciones acíclicas.
Comienzo esta vigésima semana de cuarentena con una sensación muy parecida a la que viví durante ese regreso, sólo que mucho más extendida en el tiempo. Narro estas memorias de pandemia para un mundo presente que me resulta tan incierto como ese futuro inimaginable en el trayecto en autobús Veracruz-Ciudad de México.
No es raro que vayamos a la reflexión y a su escritura en este tipo de situaciones. Son muchos los ejemplos de escritores formales e informales que dejaron su testimonio viviendo en el desconcierto de pestes negras o fiebres peninsulares, o que decidieron imaginarlo, Mary Shelley, Ling Ma, Saramago, Jack London, Albert Camus. No sorprende la relación entre el llamado al examen de conciencia, el formato de bitácora y el enclaustramiento impuesto para evitar el contagio. De alguna manera, el peligro a enfermar y su prevención a costa del ocultamiento corporal, provoca a cada recoveco mental y logra desdibujar fronteras entre lo individual y lo social, lo público y lo privado, la salud y la enfermedad, la vida y la muerte; entraña a una magnificación de aquel espacio trastocado que llamamos intimidad.
Los que narramos esta particular pandemia, viviendo la cotidianidad de la unión permanente entre la máquina y el tejido corporal, nos detenemos a observar con más atención qué ha cambiado en esa unión: ¿su inmanencia? ¿la perpetuación de la naturaleza de humano-máquina? Sin duda, mucho más ha cambiado en nuestra realidad doméstica: un vacío provocado por la falta de contacto con la otredad, con los árboles, con la forma figurativa de las nubes, con el canto de un chotacabras, con la brisa marina sobre nuestros cuerpos. Pero ¿es todo eso sólo producto del encierro? O más bien llevamos ya mucho tiempo siendo marabuntas que viven sin vivir y sin relaciones más parásitas que simbióticas con otras especies y con otros entornos.
Hay algo más. La angustia del contagio o el miedo a la muerte debería llevarnos a alguna forma de transfguración. Al menos hacia el deseo o la motivación de hallar el sosiego personal e interpersonal, salir de la crisálida con alguna metamorfosis. Frente al desfladero, debemos preguntarnos: ¿Cuál es nuestra responsabilidad en este caótico inconveniente que nos ha traído el inclemente 2020?
Pienso que un lugar donde podríamos hallar la quietud de nuestro sentir es en el análisis profundo de nuestra relación con el entorno: una relación multi-especie que puede resultar en estrategias de sobrevivencia colaborativa. Abandonar la ignorancia sistemática del drama ecológico planetario y comenzar a prescribir una nueva vida generando menos basura, consumiendo menos energía, reconociendo al resto de especies con las que cohabitamos, siendo menos competitivos y más solidarios, salvándonos para vivir en serio.
Hoy vuelvo a la carretera, rumbo a la infinitud del océano. Busco la promesa de un mundo coralino, una comunidad simbionte que en su calidad metonímica me ayude a comprender que es la errónea interacción con el entorno lo que nos tiene en el encierro. Que hasta que no cambiemos la estructura de daño constante a nuestros nichos, a los ecosistemas, será difícil imaginar un mundo posible donde caminemos juntos dándonos las manos, oliendo, sudando, conversando, abrazándonos en una Tierra que es también un organismo y en una era que ya no es antropocéntrica. Un mundo de respetuosos holobiontes.